Según Albert Einstein las crisis generan desafíos a ser superados para romper con la rutina y son en realidad bendiciones para traer progreso a la vida de uno como individuo, o a la sociedad en general. Lo podemos ver con la caída de la bolsa de Wall Street en 1929, con Britney Spears en el 2007 atacando a los paparazis, o con Troy Bolton en las tres películas de High School Musical.
Y es que una crisis no es sólo el estallido de una guerra mundial; también puede ser terminar con el novio, tirarse una materia o no saber si elegir entre la música y el baloncesto; porque se puede tenerlo todo en la vida, pero si no se tiene la seguridad de quién es uno se arma un tropel interno (si no me creen pregúntenle a Lindsay Lohan a ver qué le pasó a ella cuando todos le decían qué hacer, decir y quién ser).
Troy Bolton es la estrella del bachillerato, el man es el más popular del colegio, capitán del equipo de basket y seamos sinceros: es un bizcocho del que todas las niñas estábamos tragadas cuando teníamos 10 años. Parece que tiene todo en su lugar y la tiene clara: es el hijo del entrenador y va a ganarse una beca en la universidad por jugar. El problema es que, como a todos nosotros, le pasan vainas que no esperaba. Y es que nadie espera que el hecho de subirlo a uno en una tarima a cantar con una persona que nunca ha visto en la vida le dé un giro de 180 a todo lo que uno tenía planeado. En pocas palabras, Troy es como el Gregorio Samsa adolescente (y sin la parte del insecto gigante, claro): un día se acuesta teniendo la seguridad de quién es, y al día siguiente no entiende qué carajos le está pasando.
Lo que pasa es que a nosotros nos vendieron High School Musical como la historia de amor que queríamos vivir en nuestra adolescencia: chico conoce chica, chica conoce chico y tres canciones después chico y chica se enamoran. El problema es que en las tres películas mientras nos acarician la mejilla hablando de lo lindo que son los amores de colegio, por otro lado nos van abofeteando con lo paila que es ir creciendo e ir saliéndose de esa burbuja en la que lo encerraron a uno desde chiquito. Claro que lo hacen con delicadeza, poniendo a Zac Efron a cantar y a bailar en un campo de golf mientras tiene una crisis existencial, o en una cancha mientras hace lo que se supone que le gusta, o – realmente mi favorita – cuando canta y baila por todo el colegio y termina en el teatro gritando de frustración.
Ahí es cuando uno a los 20 años vuelve a ver las películas y se da cuenta que cuando Zac dice que el mundo no solo se siente como si estuviera al revés, pero que poco a poco va girando más rápido porque al parecer todo el mundo a su alrededor tiene claro lo que quiere hacer y él no tiene ni puta idea de para dónde se va a ir no es que sea un drama, es que así pasa. A nosotros nos han dicho desde chiquitos que somos libres para ser y hacer lo que queramos, pero cuando llega el momento de tomar decisiones nos cuestionan 70 veces si estamos realmente seguros si eso es o si no debería ser otra cosa y entonces terminamos avergonzándonos de ser nosotros mismos y elegir un camino distinto al que le gustaría a los demás.
Yo creo que cuando le dije a mi mamá que renunciaba a la carrera que siempre quise hacer, lo sufrió más ella que yo, y creo que al papá de Troy le pasó lo mismo cuando él le dijo que también le gustaba cantar. Eso pasa porque cuando uno va moldeando su identidad va rompiendo expectativas ajenas para satisfacer las propias, y aunque cuando tenía 7 años no entendía porque Troy no podía hacerle caso al papá ahora entiendo la valentía que requiere decir las vainas de frente, y lo duro que es caer en cuenta que hay cosas que no son como uno esperaba. Es como la teoría de Heráclito: ‘todo fluye, nada permanece’, si no va cambiando uno, va cambiando la visión que uno tiene de las cosas.
Al final, yo creo que Troy logró encontrar su camino – o eso dice él cuando decide que no tiene que dejar ni una ni otra cosa para ser feliz – y toda la crisis por la que pasó durante las tres películas terminó con un desenlace bueno. Y así como Troy, a uno también le pasa. Después de la tusa por terminar con el tóxico, uno ya sabe que es lo que no quiere para su vida. Después de tanto drama, y de tanta crisis, uno puede formar su identidad sin miedo a decepcionar. Porque el miedo surge por las expectativas de los demás, y uno tiene que vivir es bajo las suyas propias; al fin y al cabo la vida es solo una – y la vida es solo de uno.
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